Por: Juan
Ramón Camacho Rodríguez
En la Sierra
Tarahumara se oye la atractiva sonoridad de una palabra: “Siríame”, que es un
vocablo más de orden ético que político.
Tratando de rarámuris, pensamos en una sociedad cuyo orden moral imita al
orden cósmico, en el cual el equilibrio determina el respeto a la vida, sus
potencias y su desarrollo. Sobre este
cimiento cosmológico y axiológico se establece la figura del siríame como digno
contenedor, defensor y difusor de pautas de conducta y creencias unificadoras
que ayudan a vivir en sociedad dentro de la orografía serrana.
La palabra
rarámuri “siríame” significa “persona que trae el bastón”. El bastón (una lanza de madera) es un símbolo
de la política tarahumara que enlaza fuertemente a quien lo recibe con quien lo
otorga, al gobernante con su pueblo. El
bastón le da a su portador un poder, un poder que la comunidad confiere
solamente a los sabios y honorables individuos que han vivido para merecer todo
el respeto y el respaldo de su gente.
“Siríame” no
significa precisamente gobernador en el sentido que los blancos o chabochis le
damos a este término. “Siríame” es un
puesto con el cual la comunidad otorga enorme distinción al individuo;
compromiso que se equilibra entre lo místico y lo moral, entre lo trascendental
y lo que hace posible vivir con los demás. Al gobernador tarahumara le
distingue el buen juicio, el conocimiento que viene de los antepasados, la
prudencia del hombre que sabe cual es su lugar en el mundo y la paciencia para
orientar a su gente.
Ser siríame
es ser íntegro, es decir, el gobernador tiene que pensar, hablar y se hacer
conforme al bien, al valor que enaltece a la persona en su relación con los
demás y gracias al cual le entregaron el bastón. Esta condición de integridad es necesaria
para llegar a ocupar ese encargo comunitario, del cual jamás se aprovecha para
obtener ventajas para explotar, despojar o dominar a los demás con el propósito
de beneficiarse egoístamente sin recato ni límite.
La pulcritud
moral y la sabiduría ancestral son rasgos indispensables en todo gobernador
tarahumara. Si acaso llegara a perder esas características y no aporta
beneficio alguno al pueblo, la comunidad procede con todo derecho a retirarlo
del cargo. Así de simple y ejemplar es la vida política de los raráramuris.
Con esa
dignidad que le condiciona en su función al frente de la sociedad, el siríame
está al frente de la ceremonia religiosa, de los funerales, de los juicios, de
las bodas y otras tantas actividades importantes que los tarahumaras realizan
en el marco de sus costumbres valiosas. Y es su honorabilidad (y nada más) lo
que le convierte en receptor del bastón.
La autoridad moral es la que más importa, no las posesiones ni el
dominio sobre otros. Al siríame se le
elige por lo que es y por la certeza de que lo seguirá siendo, no por lo que
tiene o busca tener.
Así que en la
sierra chihuahuense, entre las barrancas y las cumbres, entre los ríos y los
pinos, hay otra grandeza que debemos reconocer: la grandeza política de los
tarahumaras, ilustrada con la autoridad simbolizada por un bastón, el cual, más
que un bastón de mando, es un bastón de conciencia y rectitud, se sapiencia y
virtud, un bastón que empodera a un hombre culto cuya misión es la conservación
de su cultura, la preservación de una identidad que le hace vivir con orgullo.
Francamente,
¿no sé que es lo que podemos enseñar a los tarahumaras en lo que respecta a
política?